El agua es fuente de vida en nuestro planeta y en nuestro organismo ya que es indispensable en el desarrollo de los procesos biológicos. De hecho, el agua es el componente más abundante en un ser humano: supone el 70% del contenido promedio de nuestro cuerpo. El agua es la fuente principal para las reacciones metabólicas y catabólicas del cuerpo, las células más activas, como las de los músculos y las vísceras, tienen la concentración más alta de agua. Pese a lo esencial que resulta, el cuerpo humano no tiene provisión para almacenar agua y cada día se pierden en torno a dos litros y medio por la orina (1500 ml), las heces (150 ml), el sudor (350 ml) y la respiración (400 ml). Por tanto, la cantidad de agua que se elimina cada 24 horas debe ser restituida para mantener el organismo bien hidratado y garantizar el buen funcionamiento de todo nuestro organismo.
Lo primero que debemos saber es que el agua es el medio fundamental que ayuda a los riñones a eliminar los desecho del cuerpo, agua y riñones forman un engranaje perfecto para el buen funcionamiento del organismo. La ingesta de agua (y otros líquidos que la contengan, como caldos, infusiones, zumos y otros…) es la mejor forma de compensar las pérdidas que se producen en nuestro cuerpo cada día y a su vez garantiza el volumen de orina que requerimos para la eliminación de residuos. También conseguimos hidratarnos a través del agua que contienen los alimentos que comemos.
En la mayoría de verduras, hortalizas y frutas, más del 90% de su peso es agua. Si incluimos estos alimentos en la dieta en la cantidad aconsejada (5 frutas, verduras y hortalizas al día) ingerimos cerca de un litro de agua. Además, el organismo, cuando metaboliza (utiliza) los nutrientes de los alimentos (hidratos de carbono, proteínas y grasas) genera de 200 a 300 mililitros de agua. Necesitamos, por tanto, tomar cerca de 1,5 litros de agua u otros líquidos (tan solo 6-8 vasos al día) para equilibrar las pérdidas de agua y mantener el nivel adecuado de hidratación. La cantidad de agua que se debe beber aumenta cuando hace calor y cuando hay mayores pérdidas de líquidos, como en el ejercicio intenso, diarrea, vómitos y fiebre.
El agua ayuda a prevenir enfermedades relacionadas con los riñones, como lo pueden ser los cálculos en los riñones y las infecciones urinarias.
El agua es una especie de ‘vehículo’ que transporta sales minerales y se clasifica según la composición de minerales que contenga y la concentración de ésto. Se han catalogado distintos tipos de agua con diferentes propiedades, dependiendo de su composición mineral, que, además de hidratarnos, contribuyen a depurar nuestro organismo, a mineralizar nuestros huesos y dientes, a prevenir la caries y las infecciones de orina, a mejorar el estado de nuestra piel.
En función de su composición mineral y grado de mineralización (su contenido total en minerales), las aguas pueden ser de mineralización fuerte (más de 1.500 mg de residuo seco, es decir, de minerales por litro), débil (hasta 500 mg/l) o muy débil (hasta 50 mg/l), y poseen distintas propiedades beneficiosas para la salud. En algunos casos el agua puede ser una fuente excelente de minerales y nos ayuda a cubrir las ingestas recomendadas de estos nutrientes y evitar así deficiencias.
Sin embargo, debemos vigilar el tipo de agua que tomamos porque un agua con alto grado de mineralización podría ser perjudicial a nuestros riñones sobre todo para aquellas personas que padecen de ellos.
Las necesidades de agua de cada persona varían en función de las pérdidas de líquido que sufra, la dieta, la actividad física, el clima, la edad, algunas situaciones concretas (embarazo, lactancia) y el estado de salud.
El agua aparte de ayudar a cuidar la salud de nuestros riñones, también ayuda a nuestro cuerpo en: